Por Alex Gómez
Nov 18, 2022
Cantaba Jorge Negrete: “Al hablar de mi Jalisco, lo primero que hay que hacer, es tratarlo con respeto, luego quitarse el sombrero y después venirlo a ver…”
Sentir identidad es maravilloso; para conocer y admirar otras culturas y tradiciones primero debes sentirte orgulloso de las propias y cargarlos en tu maleta con orgullo; al cabo esos no pesan, al contrario, vuelven más liviano el trayecto. Conocí en viajes a extranjeros de todas partes: Malta, Francia, India, Austria; y lo que más me ayudó a generar amistades entrañables fue mostrarles mis raíces.
Mi pasado está en Guadalajara Jalisco. Colonial y contemporáneo, cuna de los íconos más representativos de la cultura mexicana a nivel internacional; no exagero al escribir que me hierve la sangre de emoción al oír a los mariachis entonar alguna canción que hiciese popular Negrete y anhelo cada cuando, tomarme un tequila recio, con sangrita, sal y limón, tal como lo hacía Don Alberto.
Al preparar en esta ocasión la mochila para emprender un viaje hacia mi herencia cultural recordé lo que alguien me dijo hace ya algunos años: -Cada parada del viaje es sin duda una canción. Y entiendo así que cada persona tiene su metáfora cuando de viajar se trata, pero ésta en lo particular me resulta hermosa. En efecto cada pueblo y paisaje en Jalisco suena con su propio espíritu y una esencia que te recorre el cuerpo. El mariachi resuena festivo con la beberecua en Tlaquepaque pero se torna sentimental cuando ves los melancólicos atardeceres de Chapala. El cantor expresa su amor por el olor a tierra mojada en Guadalajara y por Dios que al probar el dulce mosto del agave en Tequila, el sentido del gusto canta con el aguamiel. Jalisco es sin duda canción y alma de nuestro país y quiero que todos lo conozcan de la manera que yo lo hago…
Al noroeste de Guadalajara a pie de carretera se encuentra El Arenal, un pueblito que le hace honor a su nombre. La carretera se tornó en la calle principal donde lo único que hay para ver es casas, talleres, polvaredas y una que otra eventual cantina. Había lonitas a los costados del camino con vendimia de cantaritos tequileros todos terregosos, garrafas enormes de tequila medio destilado, medio clandestino y recuerditos de la región. Don Alberto me había dicho que el buen tequila venía de El Arenal Jalisco y en verdad no entendía el porqué de su dicho. De pronto tras pasar el pueblito la vista de pronto cambia, un anuncio enorme en la ladera de un cerrito anuncio que aquellos campos son propiedad de una de las marcas más antiguas de tequila en la zona. No es el mejor, acaso yo diría que, con respecto a los tequilas más famosos del mercado, este es más agreste, más burdo en sabor y aroma. Pero recordé que con ese tequila de la etiqueta verde fue con el que brindé con mi padre la primera vez. Entendí el sentido de lo que Don Beto me dijo, no era que la mejor y más costosa marca se produjera ahí, sino que ahí se producía la bebida tal y como la prefería la gente que vive de ella antes de que se pusiera de moda: Aguardiente tosco y bravucón, fuerte sí, pero cálido y honesto. Que buena alegoría para mi papá, en parte él mismo era así. No vuelvo a dudar del conocimiento de aquel hombre que en vida se le dio por ser tan sabio en los gustos simples de la existencia. Me congratulé por pasar por aquel lugar que está tan acostumbrado a ser maravilloso sin llamar la atención.
El camino siguió; a lo lejos el Volcán de Tequila y a la derecha, un paisaje agavero sin fin, que llega hasta Amatitán y te cubre de verde y azul la vista. No pasó mucho para llegar a Tequila, Pueblo Mágico.
Este destino está envuelto en aromas dulces. Destilerías centenarias llenas de progreso que nadie debería perderse, camioncitos en forma de barrica y figuras de obsidiana; pulula la obsidiana, la ves en cualquier campo, disperso entre la tierra. De hecho Tequila significa “lugar donde se corta” y no me queda claro si es porque el vidrio volcánico cortaba los pies del que caminaba o porque quien trabaja en esos campos pasa su vida cortando el agave para ganarse la vida. En cualquier caso el nombre vincula con el paisaje. Desde el mercado municipal y hasta el ayuntamiento la imagen de Mayáhuel está presente. Madre del maguey y la embriaguez. Mito de amor y mala suerte que explicaba a la gente como la tierra podía bendecirlos con el pulque, elixir nutritivo y a la vez despojarlos de conciencia y cordura.
Tras visitar el museo tequilero (el cual recomiendo muchísimo) y un paseo por La Rojeña y Casa Sauza (los cuales recomiendo aún más) sólo resta un par de cosas para darte por servido. Casi nadie habla fuera de Tequila de los famosos lavaderos públicos cerca de la fábrica Orendain. Cada pueblo tiene sus fantasmas y este no es la excepción. De los 15 a los 85 Doña Felix lavó ropa ajena en aquel lugar ayudada de un banquito. Al morir, el banquito, cada que alguien lo quitaba, aparecía en su lugar de trabajo. Los tequileños decidieron dejarlo ahí para ella y de vez en cuando se puede ver a la ancianita sentada por la madrugada.
Un cantarito de tequila con toronja, (puedo darte una buena receta) y una torta ahogada en caldo de birria del meritito mercado municipal deberían ser la manera perfecta de terminar la jornada. Y como de San Pedro es el cantar y de Tequila es el mezcal, la fiesta puede continuar en el inigualable Tlaquepaque…
Si a estas alturas has bebido demasiado no conduzcas por favor, aún quedan caminos por recorrer…
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