Por Oscar Martínez Arzate
Oct 31, 2025
Hace unos años, una noche de octubre, viajábamos en familia de Santiago Tianguistenco hacia Toluca. Era tarde, casi las once y media, y el clima empezaba a ponerse pesado: neblina baja, aire frío y esa sensación rara de que el camino se alarga más de lo normal.
Íbamos platicando, riendo, cuando de pronto el carro se llenó de olor a tierra húmeda, tan fuerte que todos lo notamos. Mi papá bajó un poco la velocidad, y fue entonces cuando vimos algo:
A un costado de la carretera, una figura parada entre la neblina. Parecía una mujer, delgada, con un rebozo oscuro, mirando hacia nosotros.
Mi mamá pensó que era alguien pidiendo ayuda, pero cuando pasamos junto a ella, no tenía rostro. Solo una sombra, como si la niebla misma le cubriera la cara. El carro se estremeció, como si hubiera pasado sobre algo, y el motor se apagó.
Nos quedamos en silencio unos segundos, sin saber qué hacer. Papá intentó encenderlo tres veces, hasta que por fin arrancó, y seguimos el camino sin mirar atrás.
Al llegar al pueblo, un señor mayor que estaba en la tienda nos dijo en voz baja:
—¿Venían por la carretera vieja? Esa mujer aparece cada año cuando empieza el frío. Dicen que murió buscando a su hijo en esa curva.
Desde entonces, cada vez que pasamos por ahí en la noche, bajamos el volumen, y nadie dice una palabra.
Solo esperamos que la niebla no vuelva a aparecer.
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